jueves, 24 de octubre de 2013
HOLOKAUSTO I.
Como siempre, estoy despierta. Ni siquiera me he puesto el pijama, seguramente ni sé dónde está. Total, cada día lo uso menos.
Paseo de arriba a abajo del salón con un cigarro en la mano y el cenicero en la otra. Lorca, mi perra, me sigue con la mirada mientras me insinúa que apague ya la puta luz y la deje dormir.
-No me mires así, Lorca, no tengo noticias suyas desde hace dos semanas y me estoy empezando a preocupar.
Ella ni se inmuta. Bosteza y gira la cabeza, mandándome sutilmente a la mierda.
Por qué me sigo preocupando por alguien que intenta correr en contra del tiempo, no lo entiendo.
Seguramente estarás haciendo el bestia en cualquier cama, con cualquier niñata. O igual no te ha dado tiempo de llegar a sus aposentos y estás matando la noche contra el váter de cualquier discoteca o el pobre tapizado del coche de su pobre papi. Quién sabe. Bueno, igual es mejor no saberlo.
Cuatro de la mañana.
Lorca se ha rendido al sueño. Yo no. Creo que soy la única persona que está viendo la teletienda en estos momentos. Era eso o el tarot, y no estoy tan desesperada como para escuchar los problemas de vete a saber qué personajes.
En realidad no le estoy haciendo caso a la televisión. Simplemente hace más ameno el silencio, y me impide escuchar el destructivo tic-tac del reloj que me avisa que en tres horas debería estar despierta.
Últimamente todo me destruye: el café, el tabaco, el alcohol. el tiempo... Igual es porque todo en exceso es malo. O igual porque todo es mejor en compañía.
Cinco de la mañana.
Me cago en la puta, contéstame las llamadas. No me entiendo. Me paso la vida detrás de tu culo cuando tú pasas del mío. No sé qué me has hecho pero tienes que deshacérmelo ya. Te lo ordeno. Esto no debe de ser sano.
Tus idas y tus venidas. Tus venidas y tus polvos. Tus polvos y tus caricias. Tus caricias y tus te quieros. Tus te quieros y tus mentiras. Tus mentiras y mis paranoias. Mis paranoias y tus idas. Y así sucesivamente.
Es como la pescadilla que se muerde la cola.
Y créeme, estoy harta de morderme la cola.
O te vas tú o me voy yo.
Qué demonios, yo no me voy a ir.
Vete.
Seis de la mañana.
Me conseguí dormir, o eso creo. No me acuerdo en qué momento dejé de fumar y cerré los ojos. Sólo sé que la mal parida de Lorca me ha despertado ladrando a no se qué malnacido que llama al timbre a estas horas.
Arrastrándome voy hasta la puerta casi a ciegas. Encuentro el manillar y abro, cometiendo el fallo de no preguntar antes a ver quién es.
Y ahí estás tú, apoyado en la pared de en frente, con la chaqueta al hombro y la sonrisa torcida como aquel que sabe que le han echado de menos.
Mi primera reacción es tirarme encima tuya y pegarte puñetazos. No reaccionas. No te lo esperabas. Tardo demasiado poco en venirme abajo y llorar. Entonces reaccionas y me abrazas. No dices nada. Sabes de sobra que tienes la culpa.
Últimamente me he vuelto un poco inestable. Un poco demasiado.
Me arrastras hacia adentro y cierras la puerta. Tiras la chaqueta sobre la mesa y me llevas al sofá. Creo que nunca me habías visto así. Te enciendes un cigarro mientras esperas a que me recomponga. Sabes que lo haré.
Siete de la mañana.
Mis sábanas vuelven a oler a nosotros. Fumo mientras escucho el eco de tu risa. Maldición, lo has vuelto a hacer. Admiro la habilidad que tienes para romperme los esquemas y hacer conmigo lo que te viene en gana.
Esto se tiene que acabar. Ya basta por hoy.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Como quien oye llover.
No te niego que no fuera bonito. Fue bonito, como cuando preparas café para dos. O compras tabaco para dos. O alquilas pelis para dos. O usas mantas para dos.
Bonito como compartir tu cama. Como revelar fotos. Como escuchar tu risa.
Fue bonito, pero no perfecto.
Teníamos tantos errores que no teníamos solución.
Al final se nos quedó todo grande. Como aquel que busca bajarle la luna a la que sólo le quiere por el oro.
Las sábanas nos venían grandes. El lavabo para dos nos venía grande. La manta para dos nos venía grande. El armario para dos también. Incluso las dos sillas de la terraza nos venían grandes.
Lo único que nos venía a medida era el cenicero. Y el café. Como siempre.
Y se acabó. Como quien se acaba el último cigarro. Se acabó sin darnos cuenta. Sin verlo venir. Bueno, al menos yo no lo vi venir. Fue todo como estas películas que duran tres horas y al final el protagonista muere. ¿Cómo decirlo? Ah, ya, fue todo inútil.
Meses y meses tirados por el váter. De repente los ves, de repente desaparecen. Qué curioso, lo que ahora no nos importa nada antes era el centro de todo.
Ahora escuchas la radio como quien oye llover.
Ahora ves películas como quien oye llover.
Ahora escuchas mi nombre como quien oye llover.
Y cuando llueve, ahora sólo lloras.
Lo más parecido a nosotros que tengo es la última calada del cigarro. Y, bueno, sinceramente, últimamente fumo como quien oye llover.
No sé.
miércoles, 22 de mayo de 2013
Bombas.
Un momento.
Rebobina.
Así no te esperabas una entrada, ¿verdad?
Pues este es mi día a día.
Ya ves, tengo el tiempo justo para sonreír una vez cada 24 horas. A veces ni eso. Antes no era así, es obvio. Antes me despertaba después de haber dormido del tirón y tenía un jodido mensaje suyo, cada día distinto, dándome los jodidos buenos días.
Ahora no lo son. Nunca son buenos días, por eso no los doy.
Me dicen que he cambiado, que dónde están mis famosas bromas. Estar, están ahí, lo que pasa es que no las dejo salir.
Pero no quieres dar pena. Sabes de sobra que hay gente peor que tú. Hay gente luchando por una mínima democracia, por dar de comer a su familia, o incluso por encontrarla entre escombros de guerra. Hay gente que se pone la soga al cuello cada mes porque no tiene ni un trozo de pan en la cocina, y gente que se la quita por los suyos.
Hay gente mil veces peor que yo, y gente mil veces mejor luchando por su propio ego.
Pero qué mas da, mi guerra civil interna sigue ahí. Cada día con más bombas, más muertos y más desaparecidos. Cada día es más caótico, más ilógico, más irracional.
Y me auto destruyo sin ni siquiera tocarme. Me mato cual tabaco rubio.
Pero ya me da igual. Me doy igual. Me dais igual. Sigo adelante por inercia. Actúo por impulsos y contesto mecánicamente.
Hay gente que me anima a seguir, que me dice que esto sólo es una mala racha, que he salido de peores. Quizás tengan razón, pero también es verdad que a lo hecho, pecho, y en el pecho se me ha acumulado todo, y ahora está estallando poco a poco.
Sólo quiero que me dejéis con mi desastre y el vacío que está produciendo el caos. Que me dejéis explotar por dentro hasta que no me queden más bombas, y luego ya si eso os dejaré derribar las murallas y hacer con mis ruinas lo que os dé la gana.
Pero antes dejad que acabe conmigo misma.
Y así, quizás, alún día vuelva a tener unos buenos días esperándome.
martes, 30 de abril de 2013
No sé si llamarlo 'mala racha' o 'mala vida'.
viernes, 19 de abril de 2013
Aquí estamos de nuevo.
En verdad no sé cómo empezar todo esto. No sé si desde el principio o desde el final. No sé si odiándote o queriéndote.
Quizás sea más cómodo abandonar el teclado ahora que puedo y olvidar todo esto. O quizás la lucha interna que tengo me impide hacerlo. La cosa es que me duele. Me duele escribir, pensar, recordar. Me duele, o me dueles. Según cómo y quién lo mire. Admito que quizás sea mejor así. Que tanta batalla nos había llevado hasta la más mísera decadencia. Pero ahí seguí yo, luchando contra lo imposible cuando tú habías abandonado hace tanto que ya estabas reconstruyendo los daños. Admito que no me dí cuenta, que no supe ver que ya no jugabas en mi misma liga. Pero siempre pueden haber partidos amistosos entre equipos de diferentes ligas, ¿no?
Claro que tengo miedo. Tengo miedo de pederte totalmente. De no volverte a ver. De que me olvides. Tengo miedo de no volver a escuchar tu risa. Tengo miedo de lo que seré sin ti. O lo que dejaré de ser.
Y es cierto eso que dicen de que los ojos vacíos son los más peligrosos, por el abismo infinito que esconden. Y no sé en qué momento me caí por los tuyos pero para cuando me di cuenta ya no había arnés que me sujetase a la realidad.
Quizás por eso no me di cuenta de que ya no me mirabas a mí. O igual lo que pasó fue que me dejé llevar. No lo sé. No lo sabes. Nadie lo sabe. La cosa es que ya no somos, que ya no soy, porque ya no eres.
Y sinceramente necesito que seas, porque necesito ser, y necesito que seamos.
Así que, volviendo al principio, o al final, la cosa es que te quiero, y que te odio, y que odio todo esto, pero te quiero. Así que como tampoco sé cómo acabar esto, dejo que lo acabes tú mismo.
miércoles, 16 de enero de 2013
'No hay suficiente espacio para tanto vacío.'
Llevo mucho tiempo buscando la palabra exacta para describir lo que siento, o lo que no siento, pero creo que aún no está inventada. Mientras tanto, me conformaré con decir que sólo siento vacío. Es una sensación sorda, similar a la que sientes cuando estás pasando por un túnel con el coche: se te taponan los oídos y, a veces, cuando estás a mucha altura, sientes una presión hueca en el pecho y en la cabeza. Y eso es lo que me pasa, estoy metida en un túnel tan largo, oscuro y frío que ya ni avanzo.
¿Habéis oído alguna vez un corazón romperse? Es como oír una gran explosión en una cristalería. Sabes que todo está volando por los aires, que cada trocito se está clavando en todos los recodos del cuerpo, pero no puedes hacer nada, llegas demasiado tarde.
De repente, dejas de ser tú. Por fuera eres la misma, no cambias. Pero te afilas. Te enfrías. Tu corazón te mantenía cálida y viva, pero tras la explosión, cada trocito de este se enfría, transformándose en carámbanos y sometiendo tu cuerpo al hielo. Algo en tu mirada cambia: tus ojos dejan de ser transparentes. Se vuelven opacos, sin luz, sin vida, sin sentimientos, sin nada. Sólo son dos bolas marrones que miran perdidos al horizonte. Perdidos, porque están buscando tu alma, tu vida.
Y dejas de sentir. Bueno, no teóricamente. Como ya te expliqué, es como dejar de respirar. Pero permanentemente. Llega un momento en el que estás tan encerrada en ti que entras en una especie de sopor, de adormecimiento mental. Tus sentimientos se paran, sintiendo un dolor sordo contínuo, con el que tienes que convivir. Ese dolor se concentra en el pecho, donde más trocitos de cristal tienes. Y cuando respiras, duele, y puedes oír el chirriar de los cristales, como si estuvieran arañando una pizarra con las uñas.
Pero hay días que el dolor se extiende por todo tu ser, y te duele hablar, pensar, incluso pestañear. Esos son los peores días.
Acabas acostumbrándote a que todos hablen de ti, de que has cambiado mucho en poco tiempo, que ya no te relacionas, que parece que estás muerta. En realidad tienen razón, ¿para qué negarlo?
Me abandoné, lo admito. Me dejé tragar por el agujero negro que dejó la explosión en mi pecho. Ese agujero que cada noche me ahoga más, se agranda, me traga. Hace que tenga pesadillas y me despierte gritando. Ese agujero que me duele al respirar, que me impide seguir viviendo. Lo peor del agujero es que no se cierra. Con los bordes en carne viva, se va abriendo más y más y a la mínima grieta hace que me hunda en la miseria.
Sinceramente, no quiero que nadie entienda lo que siento. No quiero que nadie viva lo que estoy viviendo.
Pero bueno, para toda enfermedad hay una cura, y yo tengo dos: la música y escribir. Escribir hasta que me duela todo. Escuchar música hasta que los oídos pidan clemencia. Está claro que odio el blanco y el silencio, y necesito rellenar ambas cosas.
¿Sabes qué? Creo que voy a salir de esta. No voy a salir intacta, ni bien parada, pero saldré. Cada día siento que me hago un poco más fuerte. El dolor no cesa, pero es algo menos opaco. O eso parece. Mientras tanto, yo y mi invierno interno seguiremos sobreviviendo.
Y dejar de respirar.
-¿Alguna vez has sentido que te hacen falsas ilusiones y luego te rompen viva?
-No...
-¿Nunca? Vaya, que suerte.
-¿Tan duro es?
-Es... Es como intentar dejar de respirar. ¿Eso tampoco lo has sentido nunca?
-No, nunca he intentado dejar de respirar.
-Pues... Cuando dejas de respirar, tu pulso se acelera y luego se ralentiza. A lo diez segundos más o menos, te empieza a doler el pecho. Los pulmones se expanden buscando el oxígeno que no llega. El corazón late cada vez más despacio, pero más fuerte, intentando abrir tu garganta. Tu cuerpo manda impulsos al cerebro para que reaccione, pero tú lo bloqueas. Este también te empieza a fallar, así que te empieza a mandar imágenes bonitas, personas, sensaciones... Cosas para hacerte reaccionar. Ves momentos de cuando eras pequeña, ves personas queridas, lugares preciosos... Todo lo posible para que reacciones. Se te agarrota todo el cuerpo. Te duele el pecho, te quema la garganta, se te saltan las lágrimas. Ya no tienes fuerzas, te pesan los ojos. Parece que estás llegando al final, que has ganado la guerra, que todo se va a apagar. Pero en el último momento, tu cerebro hace un sobreesfuerzo y consigue que abras la garganta y boquées. Y respiras. Al menos, te queda algo del instinto de supervivencia. Respiras agitada, como si hubieras corrido durante meses. La adrenalina corre por tus venas como loca, haciendote olvidar. Pero poco a poco te recuperas, y toda la mierda que habías conseguido olvidar gracias a ti, vuelve gracias a ti. ¿Lo entiendes? Cuando parece que vas a acabar con todo, que tú puedes, cuando crees a ciegas que lo has conseguido, tú misma te haces reaccionar. Sí, vives tu momento de euforia, el momento de la incertidumbre, pero luego caes todavía más hondo. Además de recordar por qué estás así, se suma la frase de "Jamás serás lo suficientemente fuerte como para superarlo o acabar con ello."
-Vale, lo he entendido... Pero parece que lo dices desde la experiencia.
-¿En qué sentido?
-En que sabes qué se siente cuando dejas de respirar, y sabes qué se siente cuando te ilusionas y te desilusionas tú sola.
-Bueno, quizás sea que soy demasiado hija de puta conmigo misma.
-O quizás lo son contigo.
-Demasiadas personas se han tenido que equivocar. Es imposible.
-No. Dicen que nada lo es.