miércoles, 16 de enero de 2013

'No hay suficiente espacio para tanto vacío.'

Llevo mucho tiempo buscando la palabra exacta para describir lo que siento, o lo que no siento, pero creo que aún no está inventada. Mientras tanto, me conformaré con decir que sólo siento vacío. Es una sensación sorda, similar a la que sientes cuando estás pasando por un túnel con el coche: se te taponan los oídos y, a veces, cuando estás a mucha altura, sientes una presión hueca en el pecho y en la cabeza. Y eso es lo que me pasa, estoy metida en un túnel tan largo, oscuro y frío que ya ni avanzo.
¿Habéis oído alguna vez un corazón romperse? Es como oír una gran explosión en una cristalería. Sabes que todo está volando por los aires, que cada trocito se está clavando en todos los recodos del cuerpo, pero no puedes hacer nada, llegas demasiado tarde.
De repente, dejas de ser tú. Por fuera eres la misma, no cambias. Pero te afilas. Te enfrías. Tu corazón te mantenía cálida y viva, pero tras la explosión, cada trocito de este se enfría, transformándose en carámbanos y sometiendo tu cuerpo al hielo. Algo en tu mirada cambia: tus ojos dejan de ser transparentes. Se vuelven opacos, sin luz, sin vida, sin sentimientos, sin nada. Sólo son dos bolas marrones que miran perdidos al horizonte. Perdidos, porque están buscando tu alma, tu vida.
Y dejas de sentir. Bueno, no teóricamente. Como ya te expliqué, es como dejar de respirar. Pero permanentemente. Llega un momento en el que estás tan encerrada en ti que entras en una especie de sopor, de adormecimiento mental. Tus sentimientos se paran, sintiendo un dolor sordo contínuo, con el que tienes que convivir. Ese dolor se concentra en el pecho, donde más trocitos de cristal tienes. Y cuando respiras, duele, y puedes oír el chirriar de los cristales, como si estuvieran arañando una pizarra con las uñas.
Pero hay días que el dolor se extiende por todo tu ser, y te duele hablar, pensar, incluso pestañear. Esos son los peores días.
Acabas acostumbrándote a que todos hablen de ti, de que has cambiado mucho en poco tiempo, que ya no te relacionas, que parece que estás muerta. En realidad tienen razón, ¿para qué negarlo?
Me abandoné, lo admito. Me dejé tragar por el agujero negro que dejó la explosión en mi pecho. Ese agujero que cada noche me ahoga más, se agranda, me traga. Hace que tenga pesadillas y me despierte gritando. Ese agujero que me duele al respirar, que me impide seguir viviendo. Lo peor del agujero es que no se cierra. Con los bordes en carne viva, se va abriendo más y más y a la mínima grieta hace que me hunda en la miseria.
Sinceramente, no quiero que nadie entienda lo que siento. No quiero que nadie viva lo que estoy viviendo.
Pero bueno, para toda enfermedad hay una cura, y yo tengo dos: la música y escribir. Escribir hasta que me duela todo. Escuchar música hasta que los oídos pidan clemencia. Está claro que odio el blanco y el silencio, y necesito rellenar ambas cosas.
¿Sabes qué? Creo que voy a salir de esta. No voy a salir intacta, ni bien parada, pero saldré. Cada día siento que me hago un poco más fuerte. El dolor no cesa, pero es algo menos opaco. O eso parece. Mientras tanto, yo y mi invierno interno seguiremos sobreviviendo.

Y dejar de respirar.

-¿Alguna vez has sentido que te hacen falsas ilusiones y luego te rompen viva?

-No...

-¿Nunca? Vaya, que suerte.

-¿Tan duro es?

-Es... Es como intentar dejar de respirar. ¿Eso tampoco lo has sentido nunca?

-No, nunca he intentado dejar de respirar.

-Pues... Cuando dejas de respirar, tu pulso se acelera y luego se ralentiza. A lo diez segundos más o menos, te empieza a doler el pecho. Los pulmones se expanden buscando el oxígeno que no llega. El corazón late cada vez más despacio, pero más fuerte, intentando abrir tu garganta. Tu cuerpo manda impulsos al cerebro para que reaccione, pero tú lo bloqueas. Este también te empieza a fallar, así que te empieza a mandar imágenes bonitas, personas, sensaciones... Cosas para hacerte reaccionar. Ves momentos de cuando eras pequeña, ves personas queridas, lugares preciosos... Todo lo posible para que reacciones. Se te agarrota todo el cuerpo. Te duele el pecho, te quema la garganta, se te saltan las lágrimas. Ya no tienes fuerzas, te pesan los ojos. Parece que estás llegando al final, que has ganado la guerra, que todo se va a apagar. Pero en el último momento, tu cerebro hace un sobreesfuerzo y consigue que abras la garganta y boquées. Y respiras. Al menos, te queda algo del instinto de supervivencia. Respiras agitada, como si hubieras corrido durante meses. La adrenalina corre por tus venas como loca, haciendote olvidar. Pero poco a poco te recuperas, y toda la mierda que habías conseguido olvidar gracias a ti, vuelve gracias a ti. ¿Lo entiendes? Cuando parece que vas a acabar con todo, que tú puedes, cuando crees a ciegas que lo has conseguido, tú misma te haces reaccionar. Sí, vives tu momento de euforia, el momento de la incertidumbre, pero luego caes todavía más hondo. Además de recordar por qué estás así, se suma la frase de "Jamás serás lo suficientemente fuerte como para superarlo o acabar con ello."

-Vale, lo he entendido... Pero parece que lo dices desde la experiencia.

-¿En qué sentido?

-En que sabes qué se siente cuando dejas de respirar, y sabes qué se siente cuando te ilusionas y te desilusionas tú sola.

-Bueno, quizás sea que soy demasiado hija de puta conmigo misma.

-O quizás lo son contigo.

-Demasiadas personas se han tenido que equivocar. Es imposible.

-No. Dicen que nada lo es.