lunes, 24 de noviembre de 2014

HOLOKAUSTO 2.

No te lo he querido decir, cariño,
pero a veces mis caderas sufren de insomnio
recordando tus manos
y me tienen dando tumbos por la inmensidad de la cama
sin poder encontrar postura.

Y en ocasiones mis manos se tiran por el borde de la cama
sin pensar en qué habrá después
sin miedos
porque ya no les importa aterrizar en duro
si saben que tu cuerpo no las va a acoger después.

Y qué te voy a contar, vida mía
si yo era de curvas y acabé haciendo equilibrios con un dedo
en el vértice de tu clavícula,
pidiendo auxilio a besos 
en el hueco de tu mandíbula.

Aquí me tienes, ansiando teclear tus costillas
intentando escribir mi mejor verso
en un idioma que no es el nuestro,
que me suena tan extraño como cualquier otro
que aborrezco tanto que pagaría por enmudecer.

Dónde está tu voz, dime
a quién le regalas ahora esa chispa en tus dos cielos (a veces infiernos)
que avisa de que te estás divirtiendo
o que necesitas tocar el cuerpo que tienes delante.

Tengo doscientas cincuenta y seis razones por las que necesito que vuelvas
tantas como días a tu lado
un tercio de los días que he pensado en ti
y el doble de los besos que no quisiste darme.

Pero, cielo, de esas tantas razones,
sólo quiero que escuches una:
que tengo vértigo de no volver a ver tu sonrisa, 
y quedar colgando de cualquier esquina de la cama
esperando trepar y encontrarme contigo.