miércoles, 22 de mayo de 2013

Bombas.

Despertador. Te levantas, te vistes, coges la mochila, vas a la cocina, desayunas algo, te lavas los dientes, te peinas y sales de casa. Todo en tiempo record. Como siempre, vas tarde y te esperan impacientes en la esquina de siempre. Saludas y empezáis a andar hacia el instituto. Veinte minutos andando. Llegas a clase, te sientas, seis horas sin hacer nada, ni siquiera pensar. Timbre. Otros veinte minutos andando. Algunos días tienes conservatorio y tienes la gran suerte de no llegar a casa hasta las ocho. Otra tarde sin hacer nada. Te duchas. A veces tocas, otras ni eso. Enciendes la tele. La miras, la oyes, pero no ves nada. Una de la mañana. Apagas la tele. Dejas el móvil en la mesita de noche y cierras los ojos. Sabes que es en vano, que tardarás horas en dormir y que en cuanto lo hagas volverán los monstruos. Tus putos monstruos, o los de él, ya ni sabes. Dos de la mañana, tres, cuatro. Consigues dormirte. Pesadillas. Pero no como las de los críos, no. Estas son reales. Son recuerdos que te persiguen, conversaciones, palabras, alguna que otra pelea. Son tus monstruos, tus clavos, los que te recuerdan noche tras noche que te mereces todo lo que te está pasando, que mereces odiarte y que te odien, que mereces estar sola. Cinco y media. Te despiertas de golpe, no puedes más. Coges el tabaco y sales al balcón. Se despierta tu madre para ir a trabajar, te ve, se enfada, chilla, sale tu padre, chilla más. Vuelves a la cama. Una vuelta. Dos. Tres. Nada. Te levantas y te duchas. Las seis y media. Te vuelves a tumbar y cierras los ojos. Total, no tienes nada mejor que hacer. Despertador.

 Un momento.

 Rebobina.

 Así no te esperabas una entrada, ¿verdad?

 Pues este es mi día a día.
Ya ves, tengo el tiempo justo para sonreír una vez cada 24 horas. A veces ni eso. Antes no era así, es obvio. Antes me despertaba después de haber dormido del tirón y tenía un jodido mensaje suyo, cada día distinto, dándome los jodidos buenos días.
Ahora no lo son. Nunca son buenos días, por eso no los doy.

 Me dicen que he cambiado, que dónde están mis famosas bromas. Estar, están ahí, lo que pasa es que no las dejo salir.
Pero no quieres dar pena. Sabes de sobra que hay gente peor que tú. Hay gente luchando por una mínima democracia, por dar de comer a su familia, o incluso por encontrarla entre escombros de guerra. Hay gente que se pone la soga al cuello cada mes porque no tiene ni un trozo de pan en la cocina, y gente que se la quita por los suyos.
 Hay gente mil veces peor que yo, y gente mil veces mejor luchando por su propio ego.

 Pero qué mas da, mi guerra civil interna sigue ahí. Cada día con más bombas, más muertos y más desaparecidos. Cada día es más caótico, más ilógico, más irracional.
Y me auto destruyo sin ni siquiera tocarme. Me mato cual tabaco rubio.
Pero ya me da igual. Me doy igual. Me dais igual. Sigo adelante por inercia. Actúo por impulsos y contesto mecánicamente.

 Hay gente que me anima a seguir, que me dice que esto sólo es una mala racha, que he salido de peores. Quizás tengan razón, pero también es verdad que a lo hecho, pecho, y en el pecho se me ha acumulado todo, y ahora está estallando poco a poco.
Sólo quiero que me dejéis con mi desastre y el vacío que está produciendo el caos. Que me dejéis explotar por dentro hasta que no me queden más bombas, y luego ya si eso os dejaré derribar las murallas y hacer con mis ruinas lo que os dé la gana.
 Pero antes dejad que acabe conmigo misma.

Y así, quizás, alún día vuelva a tener unos buenos días esperándome.